Durante los 6 primeros años de vida de Fede, hubo eventos que marcaron su infancia y la vida de los que lo rodeaban, sobre todo la vida de doña Ofelia, abuela materna de Fede; sin mencionar que, en dos ocasiones a esa edad, Fede le provocó a doña Ofelia el perder el habla por horas a causa de los sustos que le propinó. Para entender bien por qué doña Ofelia se quedó sin habla, como lo acabo de mencionar, es necesario explicar lo siguiente.
Fede y un servidor vivíamos en el sur de la Ciudad de México. En aquel entonces, a mediados de la década de los 70, lo último que se encontraba poblado en esa zona de la ciudad era la parte de Villa Coapa, en lo que fue la delegación (hoy alcaldía) Tlalpan. Doña Ofelia vivía completamente al otro lado de la ciudad, en la zona norte, específicamente en la delegación Azcapotzalco, a media cuadra de la Avenida Clavería.
Por así convenir a los intereses y a los trabajos que en esas fechas tenían doña María Inés y don Valentín, antes de que de manera oficial comenzáramos nuestra educación primaria, de lunes a viernes nos llevaban de las 7:30 a. m. a las 3:00 p. m. a casa de doña Ofelia. La casa de doña Ofelia era muy grande y para ella resultaba un poco pesado cuidar a un par de niños, que, juntos lograban efectos catastróficos al consumar alguna de las travesuras que pasaban ideando A doña Ofelia, no le quedó más remedio que darse a la tarea de encontrar una escuela de etapa preescolar a la que nos pudieran llevar durante la mañana y no la afectáramos tanto en el desarrollo de sus actividades; la administración y mantenimiento de su casa con todo lo que implica eso: pagos, comida, quehaceres, etc.
En aquel entonces, todo eso llevaba mucho tiempo que había que dedicar de manera personal, y el tener que cuidar a un par de niños latosos, uno (Fede) más que el otro, le mermaba tiempo que ya no podía dedicar a esas actividades, pero que de una u otra forma tenía que hacer.
Para doña Ofelia, el día que encontró el “kínder Ezandi” fue como una bocanada de aire fresco que le permitiría recuperar mucho del tiempo que dedicaba a cuidarnos De inmediato, doña Ofelia pidió informes y ese mismo día cuando doña María Inés regresó por nosotros a las 3:00 p. m. le planteó la posibilidad de inscribirnos y que fuéramos experimentando lo que sería para nosotros ir a la escuela.
Tras dimes, diretes y discusiones fuertes, doña María Inés terminó ganando la batalla ante don Valentín, quien no estaba del todo de acuerdo en que nos llevaran a esa escuela. Para doña Ofelia, representó el quitarse el peso de la responsabilidad que le implicaba descuidar una buena parte de sus actividades cotidianas por atendernos. Doña Ofelia nunca capitalizó que ese hecho se le iba a traducir en el primero de dos sustos, que por poco le ocasionan un infarto al corazón, y quién sabe si lo hubiese podido sacar adelante.
Todo comenzó bien, doña María Inés nos dejaba a las 7:30 a. m. en casa de doña Ofelia y a las 8:00 a. m. doña Ofelia ya nos había dejado en el kínder; éste quedaba a una cuadra y media de su casa. Ni mandado a hacer. Eran menos de 10 minutos caminando y eso porque había que cruzar “la Avenida Clavería” para llegar a él. A la 1:30 p. m., doña Ofelia ya estaba pasando por nosotros para llevarnos de regreso a su casa a darnos de comer y esperar a que doña María Inés pasara. Al poco tiempo de transcurrir por la rutina anteriormente mencionada, un viernes después de pasar por nosotros al afamado kínder Ezandi, al ir de regreso a casa de doña Ofelia, Fede salió de la escuela muy inquieto y un tanto emocionado. Doña Ofelia quiso esperar a llegar a casa para que Fede soltara toda esa emoción contando todo lo que le había ocurrido durante el día.
Ese día en particular, antes de pasar por nosotros, doña Ofelia y Raquel, su empleada doméstica, fueron al mercado de la colonia a surtir algunos artículos de limpieza y víveres que ya hacían falta en la casa. Raquel llevaba las bolsas de las compras y doña Ofelia nos sujetaba de la mano y así caminaba con nosotros. Como siempre, al llegar a “la Avenida Clavería”, hubo que detenerse hasta encontrar el momento que nos permitiera cruzar del otro lado. Todo parecía normal, pero Fede se soltó de manera intempestiva de la mano de doña Ofelia y emprendió carrera para cruzar la avenida. En aquel entonces, la Avenida Clavería era de doble sentido, sin camellón que la dividiera; circulaban tanto vehículos ligeros como pesados, transporte público y de carga, y era particularmente difícil cruzar, máxime porque por donde doña Ofelia lo hacía no había semáforo que detuviera el tránsito de la avenida. Doña Ofelia tenía una tez blanca, pero en ese momento su esqueleto se transparentó ante las miradas de Raquel y mía. Los 3 quedamos impávidos al ver a Fede correr y cruzar la avenida sin mayor precaución: hubo sonidos de llantas rechinando, varios cláxones de vehículos al unísono y gritos de personas que se percataron de lo que estaba ocurriendo. Fueron menos de 10 segundos, que para doña Ofelia representaron el haber quedado sepultada en vida.
Doña Ofelia quedó paralizada y no me soltó. Yo no entendía bien lo que en ese momento estaba pasando. Cuando caí en cuenta, doña Ofelia ya me había soltado y, de manera inmediata, Raquel, que ya había dejado un par de bolsas en el suelo, me sujetó. Doña Ofelia vio cómo Fede llegó al otro lado ileso y nos veía con una sonrisa con un dejo de burla después de lo que había hecho. Doña Ofelia solo le hacía señas tratando de indicarle que ya se quedara ahí y que no emprendiera una carrera de regreso. En cuanto pudo y como pudo, cruzó la avenida y nos dejó atrás a Raquel y a mí. Para cuando Raquel y yo pudimos cruzar de manera segura para alcanzar a Fede y a doña Ofelia, ésta no dejaba de zangolotearlo fuertemente. Sin embargo, de su boca no salía ninguna palabra. Raquel le preguntó si estaba bien; qué pregunta, ¿¡cómo iba a estar bien!? Doña Ofelia no pudo contestar ni a ese ni a ningún otro cuestionamiento o comentario que le siguieron después del susto que se llevó y Fede como si nada, como si hubiera hecho la gran proeza y hubiese triunfado sobre su peor enemigo y no tenía más de 5 años de vida.
Cuando doña María Inés llegó por nosotros, Raquel tuvo que relatarle lo ocurrido. La reacción no se dejó esperar. A esa temprana edad, Fede recibió varios golpes en reprimenda de lo que había hecho; sin embargo, Fede, lejos de llorar, reflexionar o asimilar lo que había hecho, parecía disfrutar y gozar de la situación. Doña Ofelia recuperó el habla 48 horas después y nunca volvió a ser la misma luego de lo sucedido. Lo que Fede hizo también ocasionó una batalla campal entre doña María Inés y don Valentín, en la que nadie pudo declarase vencedor, más que Fede.
Todo siguió igual, solo que a Fede lo sujetaban de tal forma que comenzó a ser normal que en los antebrazos le salieran moretones. A partir de tal situación, nunca más se pudo zafar de que lo sujetaran del brazo para cruzar la “Avenida Clavería” aunque no cesó en sus intentos de repetir su hazaña. Y a doña María Inés se le ocurrió una idea que le resultó espectacular para poder detener esos ímpetus de corredor de cruces de avenidas que Fede tenía.
Un día por la mañana, al llevarnos a casa de doña Ofelia, como de costumbre, doña María Inés pasó por una calle en la que en un costado se encontraba un perro atropellado, bañado en sangre y con algunos órganos expuestos. De inmediato, paró el coche y se estacionó como pudo. Bajó a Fede del auto y, zangoloteándolo ante la resistencia que puso, lo llevo a rastras hasta donde estaba el perro e hizo que lo mirara fijamente y solo le dijo: “¡Si sigues cruzando las calles y avenidas como lo estás haciendo, así vas a quedar!”. En ese momento, Fede lloró, quizá por lo que vio o por lo que olió, que ha de haber sido muy desagradable, y durante el resto de ese día manifestó una tristeza muy evidente. A causa de esto, todos los adultos a su alrededor reaccionaron consintiéndolo con las cosas que a él más le gustaban.
¡Dio resultado! Fede dejó de luchar por quitarse el yugo de la sujeción cuando caminaba con un adulto por la calle y de correr desenfrenadamente para cruzar por en medio de las vialidades. Pero no, esto no acabó ahí. Fede no se dio por vencido y encontró otra forma de lograr resultados similares a su hazaña anterior.
Cuando a doña Ofelia se le hizo realidad el llevarnos al kínder para recuperar el tiempo que le demandaba nuestra atención, no capitalizó que existía un periodo vacacional que, para esa etapa de la vida estudiantil de aquel tiempo, era de aproximadamente 2 meses y medio. Así que de todas maneras tuvo que ajustar su agenda y adaptarse a tener que atendernos. Si doña Ofelia tenía que salir a hacer alguna actividad, nos llevaba con ella, y fue así como la siguiente jugada de Fede se llevó a cabo.
Doña Ofelia era muy afecta a hacer agua de limón para la comida y la pintaba con algún sobre de agua instantánea que había en aquel entonces, el famoso Kool-Aid, que tenía al conejo Bugs Bunny como imagen. Uno de esos días de vacaciones de verano, los limones se habían terminado, así como algunos elementos que se requerían para hacer la comida. No eran muchas cosas, por lo que, de manera rápida, doña Ofelia decidió ir a comprarlas al mercado de la colonia. No había que cruzar la Avenida Clavería, así que llevó a Fede y a mí me dejó terminando una actividad lúdica que me había puesto para entretenerme. Ella sabía que dejar solo a Fede en la casa sin nada qué hacer podría resultarle muy peligroso. Yo solo era muy tranquilo y prefirió que yo me quedara; además de que estaba Raquel, aunque, en esta ocasión, Raquel se encontraba en día de lavado y le llevaba todo el día realizar esta actividad, de modo que no podía estar cuidando niños latosos; de hecho, a mí me dejaron al lado del lavadero donde Raquel se encontraba tallando ropa. Doña Ofelia llegó muy rápido al mercado. Ese día de la semana había puestos que se colocaban afuera del mercado, y los comerciantes de adentro tenían la oportunidad de sacar sus productos y vender más. Doña Ofelia compró todo lo que necesitaba justo en los puestos de afuera y dejó los limones para el último. Al llegar al puesto de limones, doña Ofelia pidió su kilo y medio con su marchante de confianza. Cuando le dijeron cuánto era lo que había que pagar, doña Ofelia soltó a Fede para abrir el monedero y sacar el dinero. Rápidamente pagó. Le dieron su cambio, que de nueva cuenta guardó el monedero, y cuando quiso volver a sujetar a Fede, éste ya no estaba ahí. Fueron segundos de distracción en los que Fede desapareció, cual mago en función; lo único que le había faltado era que saliera humo y ¡listo! Doña Ofelia de milagro no se desmayó en ese momento, y de inmediato emprendió desesperadamente la búsqueda de Fede por todo el mercado; en los puestos de afuera y adentro sin éxito para encontrarlo. Tras varios minutos, la angustia, la desesperación y el llanto hacían estragos en doña Ofelia, que ya para entonces se imaginaba el peor de los escenarios: le habían robado al niño, y cómo iba a informar de tal tragedia a doña Inés y a don Valentín. Pero no fue así. De repente, escuchó una voz que dijo: «¡ABUELA!». Era Fede, que ya se encontraba detrás de ella, de la mano de la marchante del puesto de limones. Lo que sucedió fue que el niño levantó la lona rosa que cubría las mesas improvisadas donde colocaban los limones que se vendían en el puesto y ahí se escondió. A los pocos momentos en que doña Ofelia se había ido del puesto a buscarlo, se dieron cuenta de que Fede estaba escondido ahí, y aguardaron unos momentos por si doña Ofelia regresaba al puesto. Pero, al ver que no, decidieron salir a buscarla para entregarle al niño. En esa ocasión, a Fede no lo zangolotearon ni le dijeron nada; lo sujetaron y lo llevaron de regreso a la casa.
Cuando ese día doña María Inés llegó por nosotros, doña Ofelia pudo expresarle lo ocurrido y fueron las últimas palabras que pudo articular en una semana. Esta vez, el susto le cobró caro a doña Ofelia, que de ahí al resto de los días que vivió la recuerdo enferma, ya sea de una u otra cosa. Cabe mencionar que en casa de doña María Inés y de don Valentín se desató la guerra. El resto del verano nos metieron a un curso y no volvimos a casa de doña Ofelia hasta las siguientes vacaciones en periodo escolar, ya que para el fin de ese verano yo iniciaba la primaria y Fede su último año de preescolar.
Para ese entonces, a esa temprana edad y de manera muy consciente, Fede ya se había convertido en un agente provocador de caos y de desequilibrio emocional y funcional, que tiempo después lo capitalizaba en beneficios personales. Con los años, fue perfeccionándose, superándose cada vez más y aprendiendo de cada una de sus experiencias para sacar el mejor provecho para sí mismo.